Austin (Texas), 19 jun (EFE).- El día de su aniversario de bodas y cuando estaba a punto de hacer pública la feliz noticia, una ecografía cambió el rumbo de Taylor Edwards y la envió a un lugar que nunca creyó pisar: a los tribunales, para denunciar al estado de Texas, que no la dejó abortar pese a que el feto no iba a sobrevivir.
Era febrero de este año, ocho meses después de que el Tribunal Supremo de Estados Unidos tumbara la sentencia “Roe contra Wade” que había protegido durante cinco décadas el derecho al aborto a nivel federal y de la que el próximo sábado se cumple un año.
Tras años de tratamientos de fertilidad, estaba por fin embarazada y después de la fatal noticia sufrió un ataque incontrolable de nervios, que luego se transformó en desconcierto y rabia.
“Después de decirme que mi bebé no sobreviviría, no me dieron otra información excepto el nombre de una clínica en Nuevo México. Todo lo demás lo tuve que buscar en internet”, cuenta a Efe desde el salón de su casa, a las afueras de Austin, capital de Texas.
Si seguía las reglas de su estado, tenía que esperar a que el feto muriera dentro de su cuerpo o dar a luz y verlo morir. “¿Y a eso lo llaman próvida?”, clama indignada.
Tras la sentencia “Dobbs”, que el 24 de junio de 2022 puso fin a la protección del derecho al aborto, numerosos estados han implementado leyes para restringirlo. En 13 está completamente prohibido después de la sexta semana, cuando muchas mujeres todavía no saben que están embarazadas.
En Texas, la única causa justificable es cuando la vida de la madre está en riesgo. Su gobernador, el republicano Greg Abbott, implementó medidas para restringir el aborto antes incluso de la sentencia del supremo.
UN PERIPLO HASTA LOS JUZGADOS
Cuando le detectaron la malformación en el feto, Taylor estaba embarazada de 17 semanas. Sumidos en un profundo dolor, ella y su marido tuvieron que investigar sobre los procesos para interrumpir el embarazo y sobre en qué estados podían hacerlo.
Según denuncian organizaciones como Planned Parenthood, en el último año miles de mujeres han tenido que viajar a otros estados para interrumpir sus embarazos.
Con datos de febrero la organización reportó un aumento del 800 % de las pacientes provenientes de Texas que visitaban las clínicas de aborto en Oklahoma, Nuevo México, Kansas, Colorado y Missouri.
Taylor iba a viajar a Nuevo México, pero por una cancelación repentina acabó yendo a Colorado. “Fue dolorosísimo tener que estar en un hotel, solos, sin familia”, recuerda. Y costoso, pues entre viajes y procedimiento gastaron unos 6.000 dólares.
“Sentí que mi estado me había abandonado, que los legisladores me hicieron estar en esta situación”, denuncia.
Así, cuando los abogados del Centro de Derechos Reproductivos la llamaron para preguntarle si quería sumarse a una denuncia de varias mujeres, no lo dudó.
Desde que el Supremo estadounidense tumbara la sentencia de 1973, decenas de mujeres han acudido a los tribunales. El Centro de Derechos Reproductivos y el Centro Brennan para la Justicia ha contabilizado 40 casos que impugnan las prohibiciones del aborto en 22 estados.
Mujeres como Amanda Zurawski, quien rompió aguas prematuramente pero no recibió tratamiento a causa de la prohibición en Texas. Solo después de desarrollar sepsis -una infección que casi la mata- el hospital accedió a tratarla.
ACABAR CON EL ESTIGMA
Taylor recuerda el día en que vio por televisión la noticia de la sentencia del Tribunal Supremo. “Me puse a llorar. Mi marido no me entendía y me decía ‘no es algo que a ti te vaya a afectar’ y mira… meses después me afectó de lleno”.
Acabar con los tabúes, los estigmas y “la visión simplista” en torno al aborto es otro de los motivos que la han llevado a contar su historia.
Con su melena rubia y su tez blanca, su anillo de casada y su casa con porche y jardín, su perfil no está en la cabeza de muchos estadounidenses conservadores.
Tampoco estaba en la de sus padres y sus suegros, “votantes republicanos”, pero tras lo sucedido “se dieron cuenta de que situaciones como esta también están dentro de lo que es el aborto”. “Esto les ha enseñado que no todos los embarazos tienen un final feliz y que a veces es necesario recibir esta atención médica”, cuenta.
El día en el que tiene lugar esta entrevista acaba de someterse “a una pequeña intervención” para poder volver a intentar quedarse embarazada.
Aún le quedan varios intentos y en la clínica cuentan con varios embriones suyos para implantarle. Y aunque tiene ilusión, reconoce también sentir mucho miedo.
“Estoy absolutamente aterrorizada de quedarme embarazada, recibir otro diagnóstico fatal y tener que pasar por todo esto nuevamente”, afirma.
Admite que si tuviera ya algún hijo, no lo intentaría. Pero hoy su apuesta es seguir sacando fuerzas para intentarlo, mientras lucha también por que otras mujeres no tengan que pasar por el doble infierno que “nadie que no lo haya vivido puede comprender”.
Paula Escalada Medrano